Con frecuencia se atribuye a un bajo nivel intelectual la causa de un bajo rendimiento o un fracaso escolar claramente establecido. Quizás por ello, los padres se resisten a admitir una valoración intelectual por debajo de la media en sus hijos. El temor a que si es cierto que tiene esa baja inteligencia entonces no tiene solución el fracaso de sus hijos, es quizás la principal razón por la que discuten las valoraciones de inteligencia baja.
Por otra parte, este temor suele ser compartidos por bastantes docentes, los cuales argumentan que no puede ser tan baja la inteligencia del escolar en estudio ya que da muchas pruebas de eficacia en su conducta escolar.
La explicación se encuentra en la confusión entre inteligencia y memoria o, mejor en la confusión en la denominada “inteligencia lógica” e “inteligencia práctica”.
Los animales no tienen inteligencia puesto que nos son capaces de pensar de “re-flexionar”; es decir de pensar sobre sí mismos. Los simios, cuyos atisbos de inteligencia son los máximos en el mundo animal, no llegan ni siquiera a las capacidades intelectuales de un niño de un año de edad.
La capacidad de adaptación se basa en la capacidad de recordar experiencias pasadas, lo cual constituye la memoria.
Aprendemos mediante ensayo y error: hacemos algo y obtenemos unas consecuencias. Así no confundimos la llave del coche y la de la puerta de casa.
Para abrir o arrancar el coche no tenemos que pensar: simplemente elegimos de manera automática (aprendida) la llave que corresponde y al llegar a casa la que corresponde a la puerta.
La inmensa mayoría de acciones diarias se explican como hábitos, es decir como conductas aprendidas. Estas conductas las llevamos a cabo SIN ACTIVIDAD COGNITIVA ALGUNA, sin pensar.
Pero en ocasiones, pensamos, bien o mal, mucho o poco, superficial o profundamente, pero pensamos. Ahora bien, lo que resulta más económico, lo que requiere menos esfuerzo y nos asegura con rapidez el éxito, es pensar ¿en qué se parece esta situación a otra anterior de mi vida?. Piense usted en el manejo de un nuevo coche o electrodoméstico. Lo más cómodo es buscar similitudes con otro anterior y manejarlo del modo en que tuvimos éxito anteriormente. Pues bien, PENSAR es ACTUAR CON INTELIGENCIA, pero sí lo que pienso es en buscar en mi MEMORIA soluciones anteriores, entonces estoy usando mi INTELIGENCIA PRÁCTICA (no la que miden los tests de inteligencia normales). Este es el recurso más frecuente en niños, jóvenes y adultos, pero tener éxito usando este tipo o modalidad de inteligencia, que recurre a la memoria de similitudes, NO SIGNIFICA tener una buena capacidad de INTELIGENCIA o RAZONAMIENTO LÓGICO.
El razonamiento o inteligencia lógica es necesaria para adquirir APRENDIZAJES NUEVOS y, especialmente, aprendizajes de elementos abstractos, característico de las matemáticas, las ciencias y, por supuesto, algunos aspectos del lenguaje.
Sin embargo, resuelta la confusión entre inteligencia práctica o recursos de memoria e inteligencia lógica, poniendo cada cosa en su sitio, no es cierto que la baja inteligencia lógica sea la causa del bajo rendimiento o del fracaso escolar. Es un factor predisponente, una variable que modula el éxito. Sin embargo, el éxito depende fundamentalmente del esfuerzo, la dedicación y, con ello, de la búsqueda de otros recursos alternativos.
Son muchos (no escasos) los escolares que han terminado sus estudios de Secundaria, Bachillerato e incluso algunas carreras universitarias, sin tener un nivel intelectual muy alto; algunos incluso claramente por debajo de la media-media. Por otra parte, escolares de inteligencia alta, brillantes en su capacidad de razonamiento, no consiguen terminar la educación Secundaria, el Bachillerato y, desde luego la Universidad.
Por ello, constituye un error, convertido en mito con el paso de los años, afirmar que el alumno fracasa debido a su baja inteligencia. Y no deberían resistirse tanto los padres o maestros a admitir valoraciones psicológicas de baja inteligencia (no hablamos de deficiencia intelectual) en los casos pertinentes, ya que negarlo conlleva actuar educativamente, tanto en casa como en el aula, sin tener en cuenta ese handicap del escolar. Mejor, conociendo esa característica del escolar, similar a su agudeza visual o auditiva, aceptarla y adecuar los métodos y ritmos educativos a la misma, con vista a optimizar sus resultados. Negar lo evidente, solamente produce fracasos estrepitosos.