No puede haber tratamiento de una enfermedad sin saber concretamente en qué consiste ésta. La popular serie del Dr. House, muestra constantemente esta problemática. En cada capítulo de la serie se estudia un caso individual, un paciente concreto, que tiene unos síntomas de enfermedad. El equipo no puede poner en marcha una estrategia terapéutica sin haber establecido previamente una hipótesis diagnóstica explicativa, comprensiva y predictiva del problema. Cuando se llega a esta hipótesis -si hay tiempo- se establece la terapéutica y se resuelve el caso. Sin embargo, véase como para llegar a la hipótesis explicativa se hacen diversas pruebas, no caprichosamente ni de manera mecánica y sistemática (las mismas pruebas a todos los pacientes del Hospital) sino pruebas específicas y concretas, adecuadas a la sintomatología de cada paciente y en función de un modelo teórico explicativo de su posible enfermedad. Además, la serie muestra cómo el equipo del Dr. House cuenta con modernos instrumentos de diagnóstico.
Justamente todo lo contrario de lo que se practica en nuestras escuelas y gabinetes psicopedagógicos: sea cual sea el escolar que fracasa, se le pasa la misma estereotipada batería de prueba psicológicas, la mayoría de ellas diseñadas y elaboradas hace más de 30 años. Carentes de validez, indiscutidas porque son “las que se enseña en la Facultad”, prestigiadas porque son de autores extranjeros, principalmente norteamericanos.
Los profesionales, en una gran parte, carecen de modelos teóricos modernos y eficaces, basando su trabajo en una práctica tradicional y obsoleta. Ignorantes de los avances científicos que permiten explicar el fracaso de los escolares que manejan internet, videojuegos, consolas, teléfonos móviles, cómics del siglo XXI, etc… de una manera diferente a cuando no había TV ( o era en blanco y negro), se jugaba a las chapas, a pídola, con cajas de huevos vacías,…, con coches cuyo mando a distancia era un cable de metro y medio,… y se leía a Julio Verne, Enid Blyton y el T.B.O.
La tecnología ha cambiado al vida de los maestros y los escolares, proporcionando nuevos elementos que intervienen en el éxito y el fracaso escolar. Sin embargo, la mayoría de los especialistas que tienen que recoger datos para analizarlos y elaborar hipótesis explicativas siguen utilizando modelos psicoanalíticos (el alumno fracasa porque “está bloqueado” a causa de un conflicto emocional..), o modelos cognitivistas (el alumno tiene un déficit de funcionamiento neuro-cognitivo,…) y emplean instrumentos tan inadecuados como las Escalas de Inteligencia de D. Wechsler, con las cuales no es posible identificar escolares con niveles intelectuales bajos (inteligencia border-line), los de inteligencia media-alta aparecen como sobredotados (y no lo son, pero les exigen como si lo fueran…), el test de Bender (que nunca sirvió para nada en niños…), el test del dibujo de la Familia, del Árbol, de una Casa, de los Colores (Luscher), …
Lo que se puede y se debe hacer ante un caso de Bajo Rendimiento Escolar (Fracaso o pre-fracaso escolar) es proceder a una Valoración Individual y Contextual Integral del mismo. Se deben emplear instrumentos psicométricos y conductuales que alta validez y eficacia y sus resultados se deben integrar con un Modelo Teórico congruente con la realidad cotidiana. Nuestra propuesta concreta son los denominados Protocolos Magallanes, métodos de análisis, evaluación y tratamiento de todo tipo de dificultades en el desarrollo.
Durante los pasados 15 años estos Protocolos se han ido conformando de manera progresiva, mediante la incorporación de diversos tests psicométricos y conductuales, basados en un mismo modelo conceptual y baremados con amplias muestras del estado.